Ella no era muy de creer en presagios, visiones, augurios… No obstante, no pudo evitar sentirse invadida por el desasosiego tras despertar y recordar su extraño sueño.
Mientras se preparaba un café bien cargado, para terminar de despejarse, acudió a su memoria, como en una película, lo soñado. La escena era la siguiente: en un bosque al pie de un lago, dos hadas hablaban entre ellas.
-Onírica, tienes que hacer algo con ese tipo, que es incapaz de querer a nada, ni a nadie que no sea él mismo. Sabe cómo tejer redes de encanto para atrapar a esa pobre crédula; tan solo para obtener algún beneficio: un trabajo, una casa, un viaje… Es capaz de cualquier cosa para conseguir su objetivo. Luego se hará el ofendido, el dejado, o, simplemente, el loco… Esto último le funciona siempre.
-¡Ay! Ondina, pero es tan encantador, tan seductor, tan enredador… Con esas frases tan epatantes que utiliza: “Cómo pude vivir antes de ti… rondarte es un placer; porque eres mi musa, me inspiras, me imbuyes…” Y, ante un poeta así, ¿qué mujer podría resistirse?
-Ninguna, de acuerdo, por eso tenemos que actuar. Ayudar a esa pobre cándida.
-Muy bien, Ondina, esto es lo que haremos: ya que eres el Hada del Lago, te toca a ti meterte en el espejo del salón; y reflejar el alma de todo aquél que se mire en él.
-Y tú, Onírica, Hada del Bosque de los Sueños, ¿qué harás?
-Ya lo estoy haciendo; estamos metidas en su sueño.
Apurando su café, recordó que el espejo ya se encontraba en el piso cuando lo alquiló. Sin darse cuenta, se dirigió hasta allí y, contemplándose no pudo sino reírse. Delante sólo estaba su salón, ella en pijama y un sol radiante que iluminaba toda la estampa... invertida, claro.
Por la tarde regresó a casa después del trabajo, con su chico, Narcís, aquel vendedor de seguros que se creía un poeta. Y allí delante del espejo lo que vio fue un paisaje árido, con un tipo tétrico, sombrío… rodeado de cadáveres.
Él no paraba de hablar de sus cosas, de su ombligo, de su… de él. De pronto, le pareció el tipo más soso, anodino, mediocre, aburrido, insustancial, plomizo y, monótono.
Mientras le rogaba que se fuera, por favor, que ya lo llamaría, que ya hablarían otro día, le pareció ver en el espejo a Onírica y a Ondina, sonrientes, guiñándole un ojo.
Mientras se preparaba un café bien cargado, para terminar de despejarse, acudió a su memoria, como en una película, lo soñado. La escena era la siguiente: en un bosque al pie de un lago, dos hadas hablaban entre ellas.
-Onírica, tienes que hacer algo con ese tipo, que es incapaz de querer a nada, ni a nadie que no sea él mismo. Sabe cómo tejer redes de encanto para atrapar a esa pobre crédula; tan solo para obtener algún beneficio: un trabajo, una casa, un viaje… Es capaz de cualquier cosa para conseguir su objetivo. Luego se hará el ofendido, el dejado, o, simplemente, el loco… Esto último le funciona siempre.
-¡Ay! Ondina, pero es tan encantador, tan seductor, tan enredador… Con esas frases tan epatantes que utiliza: “Cómo pude vivir antes de ti… rondarte es un placer; porque eres mi musa, me inspiras, me imbuyes…” Y, ante un poeta así, ¿qué mujer podría resistirse?
-Ninguna, de acuerdo, por eso tenemos que actuar. Ayudar a esa pobre cándida.
-Muy bien, Ondina, esto es lo que haremos: ya que eres el Hada del Lago, te toca a ti meterte en el espejo del salón; y reflejar el alma de todo aquél que se mire en él.
-Y tú, Onírica, Hada del Bosque de los Sueños, ¿qué harás?
-Ya lo estoy haciendo; estamos metidas en su sueño.
Apurando su café, recordó que el espejo ya se encontraba en el piso cuando lo alquiló. Sin darse cuenta, se dirigió hasta allí y, contemplándose no pudo sino reírse. Delante sólo estaba su salón, ella en pijama y un sol radiante que iluminaba toda la estampa... invertida, claro.
Por la tarde regresó a casa después del trabajo, con su chico, Narcís, aquel vendedor de seguros que se creía un poeta. Y allí delante del espejo lo que vio fue un paisaje árido, con un tipo tétrico, sombrío… rodeado de cadáveres.
Él no paraba de hablar de sus cosas, de su ombligo, de su… de él. De pronto, le pareció el tipo más soso, anodino, mediocre, aburrido, insustancial, plomizo y, monótono.
Mientras le rogaba que se fuera, por favor, que ya lo llamaría, que ya hablarían otro día, le pareció ver en el espejo a Onírica y a Ondina, sonrientes, guiñándole un ojo.
2 comentarios:
"Y allá queda el pobre tipo rascándose la cabeza" (modificdo de una canción de Zitarrosa)
"Chupando un palo y sentado encima de una calabaza" (de otra canción de serrat)
¿Qué hubiera ocurrido si en lugar se soñar con hadas hubiera soñado, no sé, con caballos?
Capitan, mi capitan:
je je je eso... tú ponlo más difícil, ya me cuesta escribir cuentos (tradicionales o no),...pero se me ocurre no sé "salir trotando".
Gracias por la banda sonora
Publicar un comentario