Erase una vez una campesina, que estaba enamorada de un joven poeta, apuesto, atractivo y galante.
Mientras dormía…Una noche: Onírica, que era el hada que habitaba en el bosque de los sueños; quiso prevenirla –mi buena campesina, cuídate del falso poeta, ya, que es incapaz de querer a nadie fuera de él mismo. Sabe como tejer redes de encanto a su alrededor, para atrapar a las jóvenes inocentes como tú; pero sólo te usará en su propio beneficio. Aquí te dejo este objeto mágico, es un espejo: tiene la facultad de mostrar el alma-le dijo.
Al despertar, la campesina, lo halló a su lado, en la almohada. Lo tomó y al mirarse en él contempló la imagen de una chica muy hermosa, rodeada de ángeles, pajarillos, mariposas...
Entonces, se fue en busca de Narciso, que era el nombre del poeta. Lo encontró en la plaza del pueblo, rodeado de bellas muchachas, que le oían fascinadas.
El poeta, al ver a la campesina se acercó, sonriente. -¡Hoy estas tan guapo! Mírate- le dijo ésta.
Ante los ojos, atónitos, de ambos, apareció reflejado en el espejo, un hombre muy feo, muy oscuro; rodeado de un paisaje gélido, y de múltiples espectros, que imploraban y se desangraban arrastrando cadenas. El pecho opalino dejaba ver un corazón aciago, perverso, negro como el azabache.
La campesina, desconcertada, corrió despavorida y no paró hasta estar muy lejos del poeta, al que nunca, jamás, volvió a ver. El espejo lo guardó como su más preciado tesoro.
Y cuentan, que cuando algún muchacho, fuera o no poeta, la cortejaba, ella le hacía mirarse en el espejo. Así, conoció al que fue el amor de su vida, pero esa es otra historia…
Mientras dormía…Una noche: Onírica, que era el hada que habitaba en el bosque de los sueños; quiso prevenirla –mi buena campesina, cuídate del falso poeta, ya, que es incapaz de querer a nadie fuera de él mismo. Sabe como tejer redes de encanto a su alrededor, para atrapar a las jóvenes inocentes como tú; pero sólo te usará en su propio beneficio. Aquí te dejo este objeto mágico, es un espejo: tiene la facultad de mostrar el alma-le dijo.
Al despertar, la campesina, lo halló a su lado, en la almohada. Lo tomó y al mirarse en él contempló la imagen de una chica muy hermosa, rodeada de ángeles, pajarillos, mariposas...
Entonces, se fue en busca de Narciso, que era el nombre del poeta. Lo encontró en la plaza del pueblo, rodeado de bellas muchachas, que le oían fascinadas.
El poeta, al ver a la campesina se acercó, sonriente. -¡Hoy estas tan guapo! Mírate- le dijo ésta.
Ante los ojos, atónitos, de ambos, apareció reflejado en el espejo, un hombre muy feo, muy oscuro; rodeado de un paisaje gélido, y de múltiples espectros, que imploraban y se desangraban arrastrando cadenas. El pecho opalino dejaba ver un corazón aciago, perverso, negro como el azabache.
La campesina, desconcertada, corrió despavorida y no paró hasta estar muy lejos del poeta, al que nunca, jamás, volvió a ver. El espejo lo guardó como su más preciado tesoro.
Y cuentan, que cuando algún muchacho, fuera o no poeta, la cortejaba, ella le hacía mirarse en el espejo. Así, conoció al que fue el amor de su vida, pero esa es otra historia…
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