Todos la llamaban así: la Vagabunda, para hacer honor a la verdad, todos menos uno, el Tabernero, que la llamaba Princesa. Un día, recogiendo cartones, como siempre, en aquellos callejones malolientes; percibió sorprendida un objeto que brillaba en medio de tanta basura. Al acercarse descubrió que era un batidor de plata. -Un batidor, que es como nuestros abuelos llamaban a los peines-. Al levantar la mirada, vislumbró en el cristal de una vieja ventana, su imagen reflejada. El objeto encontrado despertó una coquetería ya olvidada. Comenzó a peinarse, a cada tirón en su pelo, tan enredado, la mitad de los cabellos se partían y caían al suelo, convirtiéndose en finos hilillos de oro. A cada pasada del peine, iban desapareciendo: canas, mugre, ojeras. Su melena brillaba al igual que sus ojos y, sus labios volvíanse gruesos y jugosos como antaño.
Mientras hacía un ovillo con los hilillos de oro, lo vio. Su Caballero, el que nunca la miraba. Ese día venía solo, casi siempre lo acompañaba una Dama muy puesta, muy guapa y algo altiva. Se acercó sonriendo y le preguntó:
-¿Puedo invitarla a un té?
Juntos partieron hasta la taberna, a lo lejos la Dama Altiva alcanzó a verlos, presa de los celos los siguió. La vagabunda relató al Caballero lo ocurrido con el batidor de plata. El Tabernero, ha escuchado toda la conversación; mientras que se acercaba para atenderlos.
-Buenos días, Caballero. Buenos días, mi Princesa-dijo.
Escondida, la Dama Altiva lo había oído todo y urdió la forma de robarle el batidor a la Vagabunda. No se dio cuenta de que el Tabernero la observaba, éste no alcanzó a entender lo extraño de la escena.
La Vagabunda, gracias a sus cabellos convertidos en oro, se compró una modesta, pero bonita casa, tenía hasta un pequeño jardín. Su Caballero no dejaba ni un día de visitarla.
Uno de aquellos días en que andaba atareada en el jardín, la Dama Altiva (que estaba al acecho, esperando la ocasión) entró y, rauda y veloz se apoderó del batidor.
Por el camino hacia el pueblo, se cruzó con el Tabernero, éste iba a visitar a la Vagabunda -su Princesa-, que lo había invitado a tomar un té en su nueva casa.
La encontró en el jardín, se saludaron y pasaron a la salita. Ella puso la tetera con el agua a calentar y le dijo:
- Disculpa por mi aspecto voy a asearme y a poner orden en mis cabellos.
No encontró el batidor, lo buscó; pero no logró encontrarlo, estaba segura de que por la mañana, al terminar de peinarse, lo había dejado ahí. Salió preocupada hasta la salita. La tetera pitando avisaba que el agua ya estaba lista, la apartó del fuego.
-Tabernero, no encuentro el batidor.
-¿Has mirado bien, Princesa?
Juntos buscaron por toda la casa; pero nada, había desaparecido. La vagabunda lloró abatida. Él trató de consolarla, ella le pidió que se marchara. El Tabernero se despidió taciturno.
Pasaron varios días y la vagabunda se fue apagando; como antes volvió a estar triste, no se aseaba y, sin su batidor, tampoco se peinaba. Su Caballero dejó de visitarla. El único que seguía viéndola; como siempre, era el Tabernero, que no sabía ya qué hacer para consolarla.
La Dama Altiva y el Caballero volvieron a frecuentar juntos la taberna. Se fijó, entonces, en que la Dama iba, aún, mejor vestida que antaño. De pronto, lo vio claro, recordó la extraña escena del día en que Princesa encontró su batidor y, de que el día en que este desapareció, se cruzó con ella por el sendero. ¡Voilá!
En un descuido de la Dama, el Tabernero tomó su bolso, detrás de la barra lo registró y encontró el batidor de plata. Lo escondió y devolvió el bolso de la Dama; sin que esta, se percatara de nada.
Corrió en busca de su Princesa. Esta, al ver su batidor de plata, se puso muy feliz. Mientras escuchaba, atentamente, toda la historia, comenzó a ver al Tabernero de otra manera, reconoció tristemente que ella nunca, hasta ese momento, lo había mirado. Él, alentado por aquella mirada, tan tierna, le confesó su amor.
Después, Princesa y Tabernero se casaron. ¿Es necesario decirlo?
Pusieron el batidor a buen recaudo. ¿Es necesario decirlo?
Fueron felices por siempre jamás. Naturalmente. ¿Es necesario decirlo?
Mientras hacía un ovillo con los hilillos de oro, lo vio. Su Caballero, el que nunca la miraba. Ese día venía solo, casi siempre lo acompañaba una Dama muy puesta, muy guapa y algo altiva. Se acercó sonriendo y le preguntó:
-¿Puedo invitarla a un té?
Juntos partieron hasta la taberna, a lo lejos la Dama Altiva alcanzó a verlos, presa de los celos los siguió. La vagabunda relató al Caballero lo ocurrido con el batidor de plata. El Tabernero, ha escuchado toda la conversación; mientras que se acercaba para atenderlos.
-Buenos días, Caballero. Buenos días, mi Princesa-dijo.
Escondida, la Dama Altiva lo había oído todo y urdió la forma de robarle el batidor a la Vagabunda. No se dio cuenta de que el Tabernero la observaba, éste no alcanzó a entender lo extraño de la escena.
La Vagabunda, gracias a sus cabellos convertidos en oro, se compró una modesta, pero bonita casa, tenía hasta un pequeño jardín. Su Caballero no dejaba ni un día de visitarla.
Uno de aquellos días en que andaba atareada en el jardín, la Dama Altiva (que estaba al acecho, esperando la ocasión) entró y, rauda y veloz se apoderó del batidor.
Por el camino hacia el pueblo, se cruzó con el Tabernero, éste iba a visitar a la Vagabunda -su Princesa-, que lo había invitado a tomar un té en su nueva casa.
La encontró en el jardín, se saludaron y pasaron a la salita. Ella puso la tetera con el agua a calentar y le dijo:
- Disculpa por mi aspecto voy a asearme y a poner orden en mis cabellos.
No encontró el batidor, lo buscó; pero no logró encontrarlo, estaba segura de que por la mañana, al terminar de peinarse, lo había dejado ahí. Salió preocupada hasta la salita. La tetera pitando avisaba que el agua ya estaba lista, la apartó del fuego.
-Tabernero, no encuentro el batidor.
-¿Has mirado bien, Princesa?
Juntos buscaron por toda la casa; pero nada, había desaparecido. La vagabunda lloró abatida. Él trató de consolarla, ella le pidió que se marchara. El Tabernero se despidió taciturno.
Pasaron varios días y la vagabunda se fue apagando; como antes volvió a estar triste, no se aseaba y, sin su batidor, tampoco se peinaba. Su Caballero dejó de visitarla. El único que seguía viéndola; como siempre, era el Tabernero, que no sabía ya qué hacer para consolarla.
La Dama Altiva y el Caballero volvieron a frecuentar juntos la taberna. Se fijó, entonces, en que la Dama iba, aún, mejor vestida que antaño. De pronto, lo vio claro, recordó la extraña escena del día en que Princesa encontró su batidor y, de que el día en que este desapareció, se cruzó con ella por el sendero. ¡Voilá!
En un descuido de la Dama, el Tabernero tomó su bolso, detrás de la barra lo registró y encontró el batidor de plata. Lo escondió y devolvió el bolso de la Dama; sin que esta, se percatara de nada.
Corrió en busca de su Princesa. Esta, al ver su batidor de plata, se puso muy feliz. Mientras escuchaba, atentamente, toda la historia, comenzó a ver al Tabernero de otra manera, reconoció tristemente que ella nunca, hasta ese momento, lo había mirado. Él, alentado por aquella mirada, tan tierna, le confesó su amor.
Después, Princesa y Tabernero se casaron. ¿Es necesario decirlo?
Pusieron el batidor a buen recaudo. ¿Es necesario decirlo?
Fueron felices por siempre jamás. Naturalmente. ¿Es necesario decirlo?
5 comentarios:
De forma tradicional contado y, actual como la vida misma...
Bss.
Estoy de acuerdo,pero ni en lo tradicional, ni en lo actual funciona el fueron felices y comieron perdices por siempre.
no es lo mio Luna... je je
Anónimo: a veces sí, no siempre comer perdices, je je se indigestan, pero conozco casos de finales felices.
Bello cuento que sucede más a menudo de lo que parece. Muchos pretenden el idealismo de una historia de película. No se dan cuenta que lo verdaderamente mágico se oculta en las pequeñas cosas. Aún sigo pensando dónde está esa princesa. O ya la estoy descubriendo.
Besos de loki vinodelfin.
P.D.:Me gusta mucho tu espacio, lo añado a mis favoritos.
Gracias loki...Estoy de acuerdo contigo en que lo mágico es todo, pero no todos somos capaces de verlo. En cuanto a tu princesa: todas lo somos es cuestión de saber mirar...
Dos besos
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