domingo, 18 de abril de 2010

Macaronesia

Estoy mareado, me duelen las piernas, están entumecidas y mis brazos congelados. Si tan solo pudiera moverme un rato, pero no hay espacio. Son horas, días en este hueco. Trato de distraer mi mente mirando el azul del cielo y las formas cambiantes de las nubes. Al caer la noche intento localizar el brillo de alguna estrella o consolarme mirando las caras de la Luna.

Mi vejiga está a punto de reventar, pero si me levanto perderé mi puesto. No me arriesgo y me lo vuelvo a hacer encima. El calor del orín me reconforta del frio por unos instantes. La miscelánea de olores (sudores, respiraciones y secreciones) es cada vez más nauseabunda. El hambre, la sed, y el dolor como de mil puñales sobre mi aterido cuerpo es cada vez más inaguantable. Trato de abstraerme imaginando la llegada a la tierra prometida, a la de las oportunidades, donde todo el mundo tiene un trabajo, una casa, coches, móviles, lujos. Lo he visto en la televisión, a través de un canal de España, por eso vale la pena toda la fatiga de este viaje. El premio me aguarda al otro lado.

De pronto, el mar se enfurece ¿Qué pasa? La patera parece una cáscara de nuez en una bañera. Tengo que luchar por mantenerme en la barcaza, lucho a codazos, puñetazos, patadas contra otros compañeros por conservar mi posición y que no me arrastren con ellos. Me siento vil, despreciable, miserable, mientras veo como el mar se los traga. Sí, lo sé. Jamás podré olvidar estas caras ni sus miradas, pero mi instinto de supervivencia y el miedo me empujan a no desfallecer. No está en juego sólo mi fortuna sino la de los míos, aquellos que se quedaron allí, esperando.

El sol en la cara me despierta, estoy tirado en una playa rodeado de bañistas, algunos ni se han percatado de mi presencia. Siguen comiendo y bebiendo cervezas bajo sus sombrillas de colores. Estoy confundido, no acierto a comprender si estoy vivo o si sólo soy otro número más, otra estadística.

No hay comentarios: