La primavera lo suaviza todo, nos aparta de esta pegajosa melancolía, nos predispone a salir, a reconciliarnos con la vida. Nos anima a tirar todo lo viejo, a comenzar de nuevo. Animado por este maravilloso día, me dispongo a pasear.
A mitad del paseo mi cabeza (ya casi despoblada) comienza a sufrir los estragos de tanto sol. Sigo andando sin encontrar árbol, fachada, saliente… lo que sea, que me proporcione un poco de sombra. Las gotas de sudor corren por mi frente, alcanzan mis ojos, que ahora me escuecen y entonces es cuando lo veo ahí, en el escaparate, un maravilloso sombrero de ala ancha. Siempre quise uno así. Sin dudarlo, entro. No podía ser otro que éste, el famoso panamá, hecho de hojas de palmera trenzada. Me queda perfecto, lo pago y retomo mi paseo.
Todo vuelve a ser bello: el paisaje, el sol, el día. Fantaseo con ser: un dandy, un Bogart, un Sinatra, con mi nuevo sombrero. No han pasado ni cinco minutos cuando siento como si alguien desde atrás golpeara mi cabeza, me vuelvo raudo y, desconcertado, compruebo que no hay nadie, vuelvo a sentir la opresión en mi cabeza, intento inútilmente sacarme el sombrero, no hay modo, tal parece que, cuanto más me esfuerzo en arrancarlo, más se hunde en mi cabeza; tomo aire, respiro, pienso en lo absurdo de la situación. Ahora, con mis dos manos sujetando con fuerza el ala del sombrero, tiro, tiro y tiro… Pero sólo consigo hundirlo más: ahora aprisiona mis ojos, mis orejas. Pienso en que es primavera, en que estas cosas no pasan, en que es primavera, en que la cabeza me estalla, absurdamente sigo pensando en que es primavera, en el día hermoso, en mi paseo. A tientas busco un muro, me apoyo, me escurro, me quedo sentado. Oigo el doblar de unas campanas lejanas. Ya no siento el dolor en mi cabeza, ni en mis ojos, noto libre las orejas. Veo entonces mi panameño en la mano de esa señora que se me acerca, no entiendo por qué me miran todos, ni por qué cuchichean entre ellos, yo, absurdamente sigo pensando en que es primavera.
A mitad del paseo mi cabeza (ya casi despoblada) comienza a sufrir los estragos de tanto sol. Sigo andando sin encontrar árbol, fachada, saliente… lo que sea, que me proporcione un poco de sombra. Las gotas de sudor corren por mi frente, alcanzan mis ojos, que ahora me escuecen y entonces es cuando lo veo ahí, en el escaparate, un maravilloso sombrero de ala ancha. Siempre quise uno así. Sin dudarlo, entro. No podía ser otro que éste, el famoso panamá, hecho de hojas de palmera trenzada. Me queda perfecto, lo pago y retomo mi paseo.
Todo vuelve a ser bello: el paisaje, el sol, el día. Fantaseo con ser: un dandy, un Bogart, un Sinatra, con mi nuevo sombrero. No han pasado ni cinco minutos cuando siento como si alguien desde atrás golpeara mi cabeza, me vuelvo raudo y, desconcertado, compruebo que no hay nadie, vuelvo a sentir la opresión en mi cabeza, intento inútilmente sacarme el sombrero, no hay modo, tal parece que, cuanto más me esfuerzo en arrancarlo, más se hunde en mi cabeza; tomo aire, respiro, pienso en lo absurdo de la situación. Ahora, con mis dos manos sujetando con fuerza el ala del sombrero, tiro, tiro y tiro… Pero sólo consigo hundirlo más: ahora aprisiona mis ojos, mis orejas. Pienso en que es primavera, en que estas cosas no pasan, en que es primavera, en que la cabeza me estalla, absurdamente sigo pensando en que es primavera, en el día hermoso, en mi paseo. A tientas busco un muro, me apoyo, me escurro, me quedo sentado. Oigo el doblar de unas campanas lejanas. Ya no siento el dolor en mi cabeza, ni en mis ojos, noto libre las orejas. Veo entonces mi panameño en la mano de esa señora que se me acerca, no entiendo por qué me miran todos, ni por qué cuchichean entre ellos, yo, absurdamente sigo pensando en que es primavera.
3 comentarios:
Verdaderamente absurdo, me gusta!!!
Inquietante diria yo. Mejor no buscarle el sentido para no agobiarme, que a mí la primavera me gusta mucho.
Un saludo admirado, artista.
Gracias, Dulce.
Ella: Bienvenida. La primavera es vida, pura vida, por eso lo absurdo de morirse en primavera. Aunque en realidad la muerte es absurda siempre...
Dos besos para ti... te sigo leyendo
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