Mojaba sus dedos en aquel líquido espeso y pegajoso para después escribir en las paredes:
“Todos me decían que tenía un corazón de oro”.
Ella a sus pies tan pálida cómo agónica le miraba. Sus ojos muy abiertos y aterrados.
A través de su pecho abierto por un tajo asomaba, latiendo aún, su corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario