lunes, 16 de febrero de 2009

Dignidad


Como cada noche (de aquellas interminables noches) estaba sola: “y yo me quedaba allí, en medio de aquella sala, vestido el cuerpo, desnuda el alma. Sin poder llorar, sin osar llorar, no me estaba permitido”. Tenía que aguantar estoica las envestidas de aquella fiera. Turbada, ante la bestia de ojos inyectados en sangre, la boca con su lengua estropajosa escupiendo fuego, sus manos con las zarpas amenazantes. Entonces aparecían, esos puntitos luminosos. Poco a poco, todo se desvanecía y, dejaba de oír los rugidos. Escondida, ahí, dentro de ella misma, lloraba quedito y cantaba bajito. Cada vez, le costaba más regresar, una noche, simplemente, no pudo volver.
Durante meses se quedó ida, cobijada dentro de si misma; su madre la llevó al médico, el diagnóstico: melancolía.
Después de tanta oscuridad al fin amaneció. Aquella noche se enfrentó al monstruo, mirándole fijamente a los ojos, lloró hasta sangrarse. Con cada lágrima etérea, la fiera menguaba, así hasta que lentamente desapareció.

2 comentarios:

Dulce dijo...

Los que lloramos para liberar y combatir nuestros monstruos al menos podemos combatirlos, ahogarlos.

Mararía dijo...

El caso es recuperar la dignidad, llorar o reír libremente…