La mar salada al alba baña a la Dama alta.
Las hadas cantan, trazan palabras, dan alas a la blanca Dama.
La sala blanca abraza a la Dama casada.
La maga, baja a las Damas: la palabra tapada, la palabra graznada, la palabra dada.
Las flamas claman, las panzas tragan; la fama… mala.
Las sábanas tapan a las Damas. Las camas hablan.
Cansadas, la mar, las hadas, la sala, la maga, las flamas, las famas, las sábanas, las camas, las Damas… pasan palabra.
Convencida abrió lentamente la cremallera. Resuelta a mostrar a todos que, ella en realidad era una agria naranja. Y no una sana manzana, como todos pretendían.
Siempre había soñado con echar raíces en algún lugar. Vagabundo perenne, soñador caduco, superviviente de vidas prestadas. Sin ramas donde algún pobre y loco colibrí pudiera hacer su nido, sin flor que se llevara la corriente, sin la capacidad de amar y, sin progenie a quien cuidar.
Se fue transformando en un ser lóbrego, misántropo, pancista… En medio de la nada de un mundo imaginario, tramado, falso. Empezaron a crecerle unos extraños apéndices. Mientras esto pasaba los otros se mofaban de él.
Todos los que residen en sus vidas, con sus ramas, con sus flores, con sus amores y su prosapia.
Y ahí sigue, colgado (y reprobado) en el espacio virtual. Eso sí, por fin ha conseguido echar raíces, esas con las que siempre había soñado.
